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Viernes 24 de noviembre de 2023
Como narraba la historiadora del arte y crítica de arte María Ruiz Serrano para la sencilla edición de mano que acompañó al proyecto expositivo, “Marilyn Monroe era el radiante y a la vez desafortunado envoltorio de Norma Jeane Mortenson, un disfraz necesario que ocultaba demonios y pesadillas para poder llenar la pantalla de sueños y fantasías, de ilusiones que constituían esa vía de escape o espejismo, a través del cual, tantos y rendidos admiradores podían alejarse por unos momentos de sus anodinas vidas.
La sugestiva propuesta que Luis Bezeta presentó en el EspacioMeBAS, nos aproxima a la imagen de la Norma Jeane más auténtica, y paradójicamente, para hacerlo, se inspira en una escena emblemática que reforzó aún más su irremediable mitificación; la del famoso vestido blanco que Marilyn simulaba intentar domar sobre el respiradero de la estación de metro, en la película del genial Billy Wilder La tentación vive arriba.
El trabajo de Bezeta, parte de su incondicional devoción por el Séptimo Arte, por eso, la esencia cinematográfica y su magia implícita tomarán toda la sala, especialmente a través de un video fundamental, dotado de una fuerte impronta onírica y estructurado a través de un plano fijo sin cortes, a modo de plano secuencia. En él, aparecen seis personajes estáticos en mitad del desierto, todos ataviados con el icónico vestido blanco que antes mencionábamos, junto a un Mustang como el que inmortalizara Steve McQueen a finales de los años sesenta. El personaje central, encarnado por el artista Javier Arce, mira a la cámara, inmutable y con una actitud desafiante que domina toda su quietud. Mientras, otra Marilyn armada con un secador doméstico y silencioso, que se presenta como un efecto especial artesano y primitivo, remitiéndonos al encanto de las primeras películas, airea el vestido sin la grandilocuencia de la escena original de Wilder, pero transmitiendo la ingenuidad y la frescura inherentes a la estrella. Hurgando en el capó del coche, hay dos personajes más, pero también permanecen inmóviles, haciendo referencia a la quietud que Norma Jeane deseaba para si misma, porque necesitaba parar, perderse y aislarse en mitad de la nada, aunque fuera en el desierto hostil, lejos del bullicio que despertaba tras de sí, lejos en definitiva de Marilyn y de todos aquellos que invadían su libertad y cuestionaban su lucidez. Un brazo sobresaliendo del maletero, se erige como el efectista e inquietante recurso que revela la ubicación surrealista de los dos personajes que faltan, están en el maletero, y son dos mujeres que se esconden, preservando por completo su femineidad, tal y como la actriz íntimamente anhelaba, cansada de exponer su condición femenina como un producto más. Dos mujeres y cuatro hombres, que al fin y al cabo, son la verdadera Norma Jeane, sin pestañas postizas, con imperfecciones que no quedan enmascaradas bajo el disfraz, porque esa tela no puede aniquilar su naturaleza original, al contrario de lo que le sucedió a la actriz, que pretendiendo ser querida también por sus defectos, luchó sin éxito contra una imagen que habían construido los demás, que empañaba su autenticidad y que revestía su dolor de falsa alegría y perenne seducción.
Convertir a un artista como Javier Arce en la figura trascendental e imprescindible de la secuencia, es toda una declaración de intenciones por parte de Luis Bezeta, que utilizando un enigmático lenguaje meta-artístico y privado, reivindica la presencia del videoarte y su importancia en el panorama cultural, así como la faceta más intelectual de Norma Jeane, sumida en una permanente lucha interna, llena de sentimientos encontrados, que no la permitían distanciarse del frívolo alter-ego que la estaba devorando. En realidad, bajo este sobrio y aparentemente sencillo plano fijo, se despliega todo un complejo e infinito entramado de reflexiones, de fértiles y estimulantes intrahistorias, superpuestas y expansivas, que convergen en múltiples significados, algunos explícitos y otros que sólo encuentran sentido en la intimidad de nuestro artista.
Los rincones de la sala nos invitan a conocer dos pequeños ámbitos que se encuentran traspasando la frontera que delimita dos perfiles: el de una diosa pletórica venerada por el mundo y el de una mujer decepcionada y vulnerable llamada Norma Jeane. Uno de estos pequeños ámbitos se configura a modo de pequeña salita bañada melancólica y nostálgicamente por una luz indirecta, en consonancia con la estética decorativa de los sesenta, de la que nos sentimos levemente descontextualizados por el efecto de la música electrónica tan actual que acompaña a la proyección. Esta zona se constituye, como una recreación de la antesala previa al lugar donde cualquier ferviente admirador querría estar, donde podría obtener todo cuanto habría soñado de su objeto de deseo. En las paredes se disponen dos fotografías del making of que inmortalizan el proceso creativo, al tiempo que devuelven al espectador a la realidad. El otro rincón, está destinado a albergar los vestidos y todos los accesorios que se utilizaron en la grabación, y además, subraya la implicación emocional de Luis Bezeta con las seis personas que colaboraron en su proyecto. El hecho de que el disfraz de cada uno de ellos se encuentre en este pequeñísimo territorio, permite que en el espacio expositivo permanezca la feminidad, la complicidad y la esencia de la que participaron cada uno de ellos durante el rodaje.
A la entrada del EspacioMeBAS, como si de un eficaz escaparate que tienta a la mirada se tratara, un maniquí de Marilyn y una antigua Vespa con innegables connotaciones cinematográficas, se presentan como los anfitriones del particular universo de Bezeta, que materializa sus meditaciones sobre la importancia de los medios audiovisuales como valores determinantes de nuestra conducta, a través de la certera colocación de un viejo televisor sobre la moto. El maniquí presagia el estatismo de Norma Jeane, rendida al desencanto, incapaz de tomar vida para escapar de un fatal destino sobre esa alegre Vespa providencial y liberadora, en la cual podría emprender el ansiado viaje que la condujera a redescubrirse y aceptarse, después del cual emerger a una nueva vida, gracias a su fortaleza y a su fascinante fragilidad