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Lidia Gil. Conferencia sobre Marcel Duchamp

“El humor y la risa –no necesariamente derogatoria- son mis instrumentos preferidos. Esto puede derivar de mi filosofía habitual que me inclina a no tomarme el mundo demasiado en serio, por miedo a morir de aburrimiento”.

En esta declaración de principios del propio Marcel Duchamp podemos encontrar una importante clave para comprender, en la medida de lo posible o necesario, a este curioso prestidigitador, paradigma del arte del siglo XX. Por miedo a no morir de aburrimiento, hizo un repaso fugaz, en los inicios de su corta carrera como pintor, a todos los estilos de moda en el París de principios de siglo (simbolismo, impresionismo, fauvismo o cubismo), para llegar a la conclusión de que tan retinianas actividades le hablaban demasiado a los ojos quedando atrofiada la capacidad conceptual que en otras épocas la pintura tuvo. Siguiendo al pie de la letra el significado etimológico del término “arte” (hacer bien algo, habilidad), Duchamp trabajará en su casa sin más pretensiones que saciar ocurrencias y curiosidades, llevando a cabo, como si de un alquimista se tratara, maravillosas transformaciones de la materia. Como un artesano del signo, allá donde éste encuentre su materialización, laborioso, paciente, ingenioso, hábil y calculador, utilizará materiales de deshecho para deshacer las reglas del lenguaje y dar la vuelta a los convencionalismos que convierten al mundo en algo tan predecible como falso, y lo que es peor, aburrido. El golpe de efecto será el ready-made (objeto manufacturado), un truco de magia conceptual tan sencillo de hacer como difícil de argumentar –él hizo ambas cosas- que desmanteló de un plumazo el santuario del arte hasta el punto que ya nada volvió a ser como antes. Aunque va plasmando en múltiples obras todos sus descubrimientos, dos grandes creaciones, fascinantes y enigmáticas, los aglutinan de alguna manera, el Gran Vidrio y la instalación Étant Donnés. Ambas son aún hoy, fuentes inagotables de interpretaciones y filosofías en las que, autorizado por el propio autor, el cliente siempre tiene la razón, ya que es en realidad quien finaliza las obras, eternamente inacabadas en el tiempo. Como obra suprema, a Duchamp se le atribuye su propia vida, y algo de verdad habrá si pensamos en las palabras que ahora entresaco de las conversaciones con Cabanne, a punto de cumplir ochenta años: “...Por tanto me considero muy feliz. Nunca he tenido grandes desgracias, ni tristezas, ni neurastenias. Tampoco he conocido el esfuerzo de producir, puesto que la pintura no ha sido para mí más que un vertedero, o una necesidad imperiosa de expresarme. [...] No puedo decirle más. No tengo remordimientos”.

 

Su vida, su obra y la trascendencia de ambas en el arte contemporáneo serán los temas tratados en la segunda edición del ciclo de conferencias “Artistas del siglo XX” el día 24 de mayo de 2004 en una iniciativa del Museo de Bellas Artes de Santander que nos acerca un poco más el arte contemporáneo, a veces tan críptico y desconocido.

 

LIDIA GIL CALVO

(Santander, 1972)

Licenciada en Historia del Arte por la Universidad Complutense de Madrid y en Danza Española por la Real Academia de Danza de Madrid, Lidia Gil Calvo  ha formado parte del equipo original de la revista de arte contemporáneo Arte y Parte en su etapa santanderina hasta hace un año. Participa asiduamente en los ciclos de conferencias organizados por Espacio C y colabora con la revista Trasdós.

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