Exposición

El arte que conecta

El Museo del Prado en Santander

13.11.2024 - 08.12.2024

MAS, c/ Rubio 6


Exposición

JOSÉ GALLEGO

Dibujos transitivos

25.10.2024 - 12.01.2025

c/ Rubio 6, Santander


Vista general de Iñaki Pinedo.

Evento/aluCINE

Iñaki Pinedo. "En la línea del horizonte"

26.11.2024 19.30h

Documental sobre Roberto Orallo


Vista general de Talleres didácticos

Evento/Talleres didácticos

Talleres didácticos

06.11.2024 - 19.12.2024

Noviembre y diciembre en el MAS


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Publicado en la web un calendario con los eventos organizados en el MAS.

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El MAS reabre sus puertas después de las obras de reforma con una selección de sus mejores obras.

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Presentación libro "MAScolecciones2021. Catálogo sistemático"

Viernes 24 de noviembre de 2023

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Álvaro Machín

Todo esto es un viaje. Y el viaje es un reflejo.

 

Voy a hablaros de eso, de viajes y de reflejos. Porque es lo que veo al mirar esta obra y porque todos los viajes están presentes en nuestro reflejo. La mochila, la de verdad, la que se llena con destinos, experiencias y arte, la llevamos dentro. Somos lo que ella proyecta. Y me he propuesto morir solo cuando esa maleta sea enorme.

 

Primer paso. Todo parte de una decisión. La mía, hoy: escoger el voyeur. No puedo empezar este camino con una mentira. No fue un amor a primera vista. Me enamoré de otra. Eso pasa. Dejarse llevar y perder la cabeza… La chica del baile era ‘Mantos blancos’, esa imagen del desierto de Atacama, con flores claras y cruces oscuras. Vino la luz, el impacto… Como el derechazo sobre el ring. Directo a la mandíbula. Y surgió la idea… Atacama, Chile… Aquel fue para mí un viaje iniciático, el primero que hice solo. Por un amor que terminó nada más poner el pie en el aeropuerto. Fue apasionado en la distancia y frío de cerca. Romance invertido en sus lógicas. Y tuve que decidir si aquellas vacaciones serían las peores o las mejores de mi vida. Aposté por lo segundo en un parquecito de Santiago, entre tazas y libros, porque fue en un café literario. Y en eso estaba, al ver la obra de Magdalena Correa. Recordando. El sabor del pisco, la noche libre en una casa abierta de artistas okupas en Santiago o Dina Rana,  la chica del banco que había frente al mío en San Pedro de Atacama, en la plaza que hay junto a una iglesia con el techo de madera de cactus. La vi al levantar la vista del ‘Aunque tú no lo sepas’, de Luis García Montero. Al pasar de página me preguntó si podía sentarse a mi lado. India de Londres, solo quedaba sol en mi banco. A veces los astros están de nuestra parte…

 

Pues bien, otras veces, no. Porque la obra que ya andaba recorriendo mi paladar y dando forma a esta ‘alucinación’ es justo la escogida por la persona que les hablará desde aquí mismo la semana que viene. Coincidencias. Los viajes están llenos de ellas. En Irkutz, en mitad de Siberia, las dos únicas personas que encontré que hablaban español eran un matrimonio argentino. Bien. ¿Saben qué? Veraneantes cada año en San Vicente de la Barquera, lectores de El Diario Montañés y primos de un compañero de profesión. En Siberia.

 

Pero vamos a lo que vamos, aunque en los viajes también hay rodeos y uno aprende de verdad a entender los mapas cuando ya no tiene miedo a perderse. ¿Por qué El voyeur? Porque la chica que de verdad merecía la pena no era la primera a la que echabas la vista, porque el amor verdadero está en los silencios que no son incómodos –y eso se consigue con tiempo y rara vez a la primera- y porque, muchas veces, las mejores canciones estaban en la ‘Cara B’. ¿Se acuerdan de eso? Justo al otro lado. Y ‘El Voyeur’ está justo al otro lado de la pared de esa primera elección. En el mismo muro, pero al otro lado.

 

Por eso y por no perder el hilo. Porque el viaje ya estaba en marcha y no es bueno tirarse del barco. Ni en esto ni en la rutina. Porque el viajero es un explorador como el de la obra. Porque se puede viajar por el mundo o por un cuerpo. Porque Ciuco juega y me encanta el juego.

 

Juguemos: aquí tienen la cajita de madera de cactus que compré en San Pedro de Atacama y la muñeca de Rusia. El número de muñecas que hay dentro tiene significado. Un número determinado significa halago. Pero otro puede expresar odio. Cuidado con los regalos envenenados. Las ventanas de las casas de Siberia son de colores. También tiene sentido. El verde es juventud, el azul esperanza y el blanco, pureza. Y la ensaladilla rusa allí no se llama ensaladilla rusa. Les invito a que hablemos, si quieren, al final, de sus viajes favoritos…

 

Pero sigo con el mío, con El Voyeur. Con la alucinación en forma de viajes. Destinos próximos. Como próxima está la imagen de la serpiente en la obra de Miguel Río Branco, frente a ese diálogo japonés con Frida Khalo, vigilados por Fernando VII. A pocos metros de mi soldadito juguetón. Los viajes son batallas personales contra los miedos. ¿Cómo reaccionamos ante las pesadillas? Tengo pavor a las serpientes. Fobia, asco, temor… Todo. No puedo verlas ni en televisión. Sueño con ellas a menudo y a menudo duermo con las piernas encogidas por una absurda obsesión infantil de imaginarlas al fondo de la cama. Pues bien, en Uzbekistán caminaba solo por un desierto. Una soledad sin necesidad de metáforas. Completamente solo. A poco más de metro y medio de mi último paso me topé con una serpiente de color blanco, fina y completamente estirada. Mi miedo frente a mí. En mitad de la nada. Lejos de todo lo que a uno le hace sentir seguro. No se planifica la reacción, pero sí se pueden hacer pronósticos. Si me hubieran preguntado qué harías en un caso así supongo que hubiera respondido gritar, salir corriendo o cualquier otra actitud que me alejara de la dignidad, del concepto, de un valiente… No lo soy. Pero me quedé quieto, paralizado. Di dos pasos atrás, un rodeo y seguí andando… Eso sí, mirando al suelo todo el tiempo.

 

Otra Pausa. Este minarete es de Khiva, la ciudad de las mil y una noches. En Uzbekistán, como Samarcanda, que lleva la mística para el viajero en su propio nombre. Samarcanda. Les lanzo otro reto para cuando termine de leer: Hablemos de nuestros miedos. Qué les atemoriza… Aunque hoy en día los miedos están en el telediario. Me gustaría saber, por ejemplo, si les da miedo viajar solos

 

Sigo alucinando. Les dije que esto iba de viajes y reflejos. Las anécdotas que he ido contando se reflejan en el hombre que soy. Los viajes nos dan forma, nos modelan. Como un escultor. Y me puse a pensar en reflejos al mirar la obra. El del explorador. En todas las biografías hay alguien que nos hizo sentir pequeños. Nos pasa. Aún nos sonrojamos al pensar en ello. Nuestra piel se vuelve del color intenso que retrata Ciuco. Carne de gallina, como la de la protagonista, que también se refleja en otro capítulo del juego, el de las formas. Y si miran, verán el reflejo. El reflejo de ‘El origen del mundo’, la obra que está en frente. Alucinemos juntos… ‘El origen del mundo’, en una pared, se refleja entre las piernas de una mujer, en la otra. Fantástica alucinación.

 

Y más juegos. Porque el explorador traspasa su marco y mira a las mujeres desnudas de los otros cuadros. Alguien las colocó ahí, con toda la intención. Se siente travieso, voyeur y yo me siento vigilado cuando, al pensarlo, mientras miro, cuando al sonreír en plena travesura, veo el reflejo de las piernas de la empleada del museo que hay en esta planta… Cazado, con vergüenza infantil. Como en los viajes, cuando formas cola porque no sabes sacar un billete de esa maldita máquina del metro. La duda también forma parte del viaje. El reto, las incertidumbres. Y me queda la duda de saber si cuando miré por primera vez, la chica de la cena de la obra de al lado tenía o no los ojos abiertos. Esa que se sirve entre hogazas de pan, copas de vino, nueces y avellanas. La duda de saber si ese será el tren correcto, las dudas que habitan en todos los aeropuertos. Siempre alguien que corre, siempre hay alguien que mira los paneles con los nervios instalados en las pupilas…

 

En el Transiberiano, un tipo enorme se subió al vagón en una de las estaciones del recorrido. Me parecía imposible que aquel gigante entrara en uno de los compartimentos y más cuando resultó ser mi compañero de viaje durante un día entero. Era rudo y apenas sonreía. Con unas manos que, puestas a hacer daño, no hubieran encontrado límites. Me asusté cuando me dijo que esperara fuera, que iba a cambiarse. Con un gesto tosco. La chaqueta hubiera servido de edredón para una cama de matrimonio. Abrió la puerta y, con otro gesto, me ordenó que entrara. Llamó a la encargada del vagón y hablaron en ruso. Un par de minutos. Ella se fue y nos quedamos callados un tiempo. Al cabo de un rato la mujer volvió con diez cervezas. El tipo cogió un papel, bajó la mesa plegable que había junto a la ventana y me hizo una señal para que me sentara frente a él. Cara a cara. Entonces, colocó el papel entre nosotros con un bolígrafo y puso cinco cervezas en mi lado de la mesa. Hablamos, o algo parecido con palabras y dibujos, durante horas… Sin sonreír mucho, pero mostrando una hospitalidad serena. Me dijo que era campeón de halterofilia de veteranos de toda Rusia y que había sido comandante del ejército soviético. En la Alemania del muro y en Mongolia.

 

Fueron nueve días a bordo de un tren. Rusia, Mongolia y China. El Transmongoliano, en realidad. Un ramal. Me encantan los trenes. Ya que todo esto es una metáfora de viajes, vivo en una calle con nombre de país, Argentina, aquí en Santander, y, desde que he nacido, siempre junto a las vías. Así que estaba predestinado. Me gustan esos juegos, por eso, ya lo he dicho, he elegido la obra juguetona de Ciuco Gutiérrez.

 

Cerca o lejos. Otro juego. Cambiamos a más distancia. Contrasentidos. No nos importa pagar por entrar a ver cualquier cosa en otra parte, pero nos echamos las manos a la cabeza si nos cobran en un museo a cien metros de casa. Todo parece más barato con kilómetros de por medio. Y presumimos de regatear veinte céntimos a un tipo que vende camisetas de marca falsa. En los viajes corremos el riesgo de compararlo todo. Del ‘como el nuestro no lo hay’, del ‘como en casa en ninguna parte’, del ‘es más bonito el nuestro’… Mala praxis de explorador. Ejercicio de aldea. Nada que ver con el juego de encontrar nostalgias. Ese es amable, porque parte de la tolerancia, que es una de las mejores lecciones que se puede traer uno en la maleta. Hasta del arraigo, que permite tener una perspectiva a la hora de mirar al mundo. Todo santanderino encuentra en cada viaje una montaña que se parece a Peña Cabarga y siempre hay un trenecito al que llamará Magdaleno. ¿O no? Más juegos.

 

Otra pausa. Mongolia. En la estepa de Gengis Khan –todo se llama Gengis Khan en Mongolia- alquilé una bicicleta de montaña y me pintaron un mapa en un papel. Cuando llegues a los tres árboles gira, luego verás la yurta del ganadero nómada y, tras la colina, está el monumento al poeta. Como en las películas de indios. Y aquel monumento está en mitad de la nada. De una hermosa nada. Después de horas pedaleando, de perderme, de preguntar a un pastor y hasta de tomar té con una familia, dar con aquello me hizo sentir mejor que a un ciclista que llega de amarillo a París. Llegué gritando solo a aquel lugar. Los viajes son pequeños triunfos para uno mismo. Estos muñequitos son de Mongolia.

 

Sigamos. Todo es viaje. Tomé notas el jueves en un cuaderno que alguien importante me trajo de París. Anoche, mientras escribía esto, bebí té de manzana turca comprado en el Gran Bazar de Estambul. Té caliente, porque esta obra también lo es. Caliente como la leche recién ordeñada de una camella que probé en el Sáhara. Es agria, como la vida de los saharauis en la hamada. Ellos también beben té. El primer vaso es  amargo, “como la vida”, dicen. El segundo es suave, como la muerte. Y el tercero, dulce. Como el amor. Ceremonia. Con otra leche solo pude mojarme los labios. En una aldea de Benin, en Áfric, el continente que cala hasta las entrañas. El coche se estropeó por enésima vez por una carretera infame. En la parada, organicé una carrera con un crío que se puse a mi lado. Gané y alguien que conocía aquel lugar me dijo que le echara otra carrera porque todas las chicas de la aldea habían visto a su joven guerrero perder con un blanco. Lo hice, pero al cabo de un rato apareció una mujer de las que aquí, en nuestro mundo, solo aparecen en los documentales de La 2. Cara pintada, pechos al descubierto y caídos y una vejez prematura, de piel nómada. La mujer bajó de las montañas para ofrecerme su cuenco de leche, posiblemente lo único que tenía. Leche para un gran campeón, dijo. Mojé los labios para no ser descortés y le devolví el cuenco con un pretexto. Mi estómago no hubiera podido soportar beber aquello y mi corazón no se perdonaría olvidarlo.  

 

Brasil, Cuba, Argentina, Florida, Sudáfrica, Vietnam, China, Grecia… Destinos ya conocidos y muchas anécdotas. Siento la avidez roja, del rojo de esta obra, por seguir explorando. El mundo y su cuerpo, un cuerpo nuevo y bueno por fuera y por dentro. Pero estoy obligado a hilar ahora los dos conceptos: el viaje y el reflejo. Porque este voyeur de Ciuco tiene, para mí, su espejo en un trayecto corto y porque tenemos que aprender a viajar con pocos pasos. Santander es un destino y nosotros turistas. Busquemos como él entre las piernas de una ciudad madre. Y en esa búsqueda, si se fijan, hay otro explorador en un rincón lleno de esencia. Uno de mis preferidos. Exploradora, pero muy parecidos. En la rampa de Sotileza, sobre una columna. Junto a las fachadas de colores, las curvas, el sabor de la historia de un barrio marinero y las letras que brillan cuando les da el sol sobre el muro. Las letras de Pereda en el trayecto vertical que une el Alta y la ciudad baja. Nuestro, muy nuestro. Viaje físico, y también en el tiempo. Pasado, presente y… ‘Hacia el futuro’. Porque así se llama la obra de la que les hablo. La joven de Baltasar Torres que también mira con un catalejo. Paralelismo.

 

Y eso, la mirada hacia el futuro es lo que necesita esta Santander nuestra. Desprenderse de una parte de su disfraz rancio. No del todo, porque forma parte de su encanto, pero sí de una parte. Desprenderse del puertas para adentro,  del qué dirán y sacar la ropa interior a los tendales. Porque los tendales son un ejercicio de sinceridad. Desterrar la frase más odiosa: el ‘esto no es para Santander’. Desterrar las envidias de vuelta y vuelta cada domingo por el Paseo de Pereda. Desterrar la liturgia del falso saludo santanderino. Provocar, como esta obra. Maravillosamente provocadora. Ya nos toca.

 

Me toca lanzarles otra pregunta. ¿Cuántas veces han oído eso de ‘esto no es para Santander’? Hablemos de ello. Intenten explicarme cómo funciona el saludo en esta ciudad hermosa.

 

Y me toca ir terminando. Ciuco nos invita a jugar y voy a hacerlo. Como lo hacen las parejas tontorronas en los primeros días. Con el juego de preguntas más simples. Tu canción favorita, tus colores, tu libro…

 

Si el Voyeur fuera canción sería ‘Escuela de calor’, de Radio Futura. Yo también soy metálico en el jardín botánico. Sería el digan lo que digan del maestro Raphael. Porque, al fin y al cabo, qué sabe nadie lo que ve el explorador y a todos se nos pone el corazón en carne viva ante lo que vemos.

 

Si el voyeur fuera color sería el del Mediterráneo o el de las playas salvajes de Upaveli, cerca de Trincomali, en Sri Lanka. Donde tomé decisiones definitivas que dejaron de serlo. Sería el resolín de mi tierra en otoño. Sería un retablo de los mundos naranjas que siempre llevaré dentro.

 

¿Y un libro? Termino con esto. Porque si, en mi alucinación, esto fuese un libro sería uno rebelde, viajero, provocador… Uno de Keoruac. En el camino… Al fin y al cabo, de eso va todo esto. De seguir, lo mejor posible, en el camino… 

 

 

ÁLVARO MACHÍN TRIGOS
(Santander, 1976)

Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad del País Vasco, siempre ha estado vinculado a El Diario Montañés. Durante años, compaginó la labor en el periódico con trabajos en revistas y, especialmente, en radio (Cope y Punto Radio) y televisión (Tele Cabarga y Canal 8 DM). En esa etapa alternó las labores de redactor con las de productor, presentador o guionista de diferentes programas y documentales. Desde las retransmisiones deportivas del Racing (durante varios años escribió las crónicas de los partidos en el periódico) a tertulias radiofónicas de actualidad pasando por reportajes sobre viajes (Benin o los campamentos saharauis, entre otros).

 

Deportes, local, economía, internet, suplementos... En el periódico ha pasado por casi todas las secciones (por todas puntualmente). Finalista en dos ocasiones del Premio Ana María Cagigal y accésit del Premio Langarita, ha colaborado en varias publicaciones (entre ellas, con un capítulo en el libro 'Racing. Aunque llueva o sople Sur. 1913-2013'). Autor del blog 'Un balón en la mochila' y de 'El paseante',su pasión es conocer el mundo y llenar la mochila de experiencias. Una de ellas fue montar una banda y grabar un disco ('Mundos naranjas', de Secreto a Voces).

 

Le gusta creer que su oficio es contar historias.