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26.11.2024 19.30h
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Noviembre y diciembre en el MAS
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Publicado en la web un calendario con los eventos organizados en el MAS.
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El MAS reabre sus puertas después de las obras de reforma con una selección de sus mejores obras.
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Viernes 24 de noviembre de 2023
JUAN CARLOS GAGO
(Santander, 1963)
Tenor profesional y profesor de técnica vocal e interpretación. Formado en Munich, Hamburgo y Bilbao, destacan sus estudios durante dos años en Madrid con el tenor Pedro Lavirgen. Desde 1998 es miembro de la Compañía Internacional de Ópera de Ucrania. En el repertorio sinfónico-vocal ha interpretado, entre otras obras, la Novena Sinfonía de Beethoven, el Réquiem de Mozart o el de Verdi. Ha dado numerosos recitales de lied, ópera, zarzuela, canción barroca y canción española. En 2005 clausuró los actos del 250 aniversario de Santander, con una gala de ópera acompañado por la Orquesta Filarmónica de Odessa. Ha ejercido la crítica musical en diversos medios.
I-96
Nacemos delante de un cuadro, el cuadro de nuestra vida. Miro el cuadro de Sanz y veo una vida, mi vida. Nazco de frente a él, a una considerable distancia, ocho o diez metros.Todo es realismo dentro de mi abstracto. El blanco de la pureza y la ingenuidad, destaca sobre los demás colores. Veo eso, la pintura como una mezcla difusa de colores, donde se impone el blanco de la espuma. Es un realismo que no percibimos. Una realidad falsa, un blanco oscuro hacia la nada.
Mi vida comienza a caminar lentamente hacia el cuadro…poco a poco el cielo azul de los días claros y los grises de los días de lluvia, tiñen lentamente la blanca espuma de las olas. Todavía no oigo el mar, pero siento su presencia. Aún el latido de las olas no se ha convertido en música. Me he acercado levemente al cuadro.
En ese metro escaso, más o menos, comienzo a comprender. La brisa mece mi cabello. El bebé de la espuma blanca deja paso al azul de la niñez…ya comienzo a ver el mar pero sin percibir todavía la marejada, sin darme cuenta del enfado de las olas con las rocas. Es más, disfruto por igual de ambas. Desde las rocas veo el mar intentando llegar a mis pies para jugar con ellos y, desde el mar veo las rocas como guardianas de mi isla de piratas. El blanco sigue siendo el sombrero de las olas a las que sigo sin ver enfadadas, pienso que son abrazos que las rocas les demandan.
Los azules y los verdes van tiñendo mis retinas, van marcando el camino de mi vida, junto al blanco que forma mi esperanza.
La vida continúa, ya me he acercado tres metros hacia el cuadro. Adolescente de sonrisas y colores. De ideales y batallas.
Ahora veo la marejada y a las olas enfadadas. Las crestas blancas, ahora son cuchillos que contra las rocas se lanzan, intentando abrir el camino al agua. Veo en la marejada torbellinos que brotan de las aguas, expresión de rebeldía que surgiese de mi alma. Ahora veo la luz, siento la sal sobre mi cara. A los grises y azules de los días lluviosos y claros, se les unen los rojos atardeceres que incendian las espumas blancas.
Son días donde va despertando mi alma. Donde busco y no encuentro, donde miro y no veo, donde sueño y recuerdo. Cada vez más confusión envuelve mis palabras. Cada vez más fuerte y vigoroso mi cuerpo adolescente, cada vez más dubitativa mi alma. Varios caminos se abren ante mí, solo uno me agrada; aquel que los demás rechazan. ¡Que difícil es ser uno mismo!, entre un carrusel de oscuras palabras. ¡Que difícil es ser valiente!, cuando nadie comprende tu mirada.
Ahora el cuadro lo veo claro en su realismo, con esa preciosa marejada, con esa sinfonía de colores emergiendo entre las aguas. Pero ahora a los verdes y azules de esperanzas, a los blancos de niño y a los rojos de tardes incendiadas, se suman los marrones, primer aviso de las tristezas e inquietudes que en la vida nos aguardan.
He avanzado otro metro más hacia el cuadro de la vida, y ahora, de repente, la pintura estalla!, el azul turquesa se derrama, la marejada se calma y un lago tranquilo parece a mi mirada. Un temblor de primaveras brota de mi alma, el amor ha llegado… todo cambia. Que me importan los caminos ni las dudas y palabras, si hay dos ojos que por fin, comprenden mi mirada. Los marrones se han sumergido entre las quietas aguas. Las gaviotas son azules sobre la mar en calma. Estoy a la distancia soñada.
Dos nuevos colores brotan de ese lago en calma. El naranja de las tardes sosegadas y el color de la plata, con que la luna baña a las olas, hasta morir en la playa. Las noches no son nunca oscuras, son siempre claras.
Sentado sobre las rocas los días pasan. Las olas siguen llegando a mis pies, pero ya no solo juegan, también me cantan. En cada una un instrumento lleno de notas blancas.
Días azules, noches de horizontes donde los barcos pasan. Amarillos de luces temblorosas. Marineros dormidos después de la jornada. Cuantas vidas apiñadas, sufrimientos, ilusiones… Me pregunto si esas luces temblorosas reflejan los miedos que me embargan, a que el amor termine de repente, quebrado, al que el barco de mi vida encalle sin encontrar el puerto deseado.
Con la luz del día el amor vuelve flotando. Nos bañamos en las olas que me siguen gritando y cantando. Cogidos de la mano nuestros sueños son posibles y cercanos. Son peces plateados que nos bailan bajo el sol del verano. Abrazados en las rocas; manos trémulas de algas, besos de sal, de aquella sal que de niño se impregnó mi cara.
No he podido impedirlo, de nuevo veo la marejada. Mis piernas me han llevado, desobedeciendo a mi alma, a solo tres metros del cuadro. Maldita madurez, malditas mentiras que nos cuentan: que si es la mejor etapa de la vida, que si la experiencia, que si la cordura…los marrones flotan de nuevo en las aguas y los grises tristes van tiñendo, por primera vez, mi mirada. Los azules son oscuros, los turquesas se han quedado a mis espaldas. Las manos ya no me tiemblan por la emoción de las caricias robadas, lo que me tiembla es el alma añorando sus miradas.
La sal queda lejana, las gaviotas vuelan altas, las olas ya no me cantan. Los grises junto a las algas. Los peces bajo las aguas, ya no bailan. El tiempo sigue avanzando, los barcos del horizonte ya no son sueños, son simplemente mercancías que viajan.
Las noches ya son oscuras; la vida ante mí se muestra con toda magnitud y crudeza. El misterio de la muerte de las personas amadas. La ternura de los niños. Contradicciones
Con el que el pincel me habla. Ahora me imagino que la marejada envuelve a una isla, ese lugar que sueñas cuando los problemas te traspasan, cuando las manos ya no crean las palabras.
Quiero pensar en una isla llena de cascadas, de robinsones viajeros, de bosques frondosos y noches de estrelladas. Incluso de tormentas de rayos rojos, en el que el viento atraviesa mi cara. Quiero gritar entre los truenos, no quiero canciones, solo el sonido de las ramas quebradas. Por un instante me siento de nuevo adolescente, marejada de azules y verdes, crestas de espuma blanca en mi isla imaginaria.
La quietud tras la tormenta. Me elevo sobre la isla, veo su contorno dibujado por el blanco. Mi adolescencia sobre el azul se va alejando hacia el gris del horizonte, mi isla de los sueños, un mar de veladuras la va tragando.
La pintura del cuadro cada vez esta más cerca. Cuando miro hacia atrás ya no veo colores. Todo es gris. Me arrastra hacia él. Ya no marco yo los pasos. El blanco de aquellas espumas de mi niñez se ha agarrado a mis cabellos. Me cuesta distinguir formas y movimientos. Poco a poco el abstracto vuelve a ganar mi conciencia. Me doy cuenta que la vida ha seguido su paso entre mis dudas, amores y miedos. Miro el cuadro y quiero volver a esas rocas desde donde tantas veces vi atardecer. En donde tantos sentimientos dejé. En donde la sal de mis lágrimas se mezcló con la sal del mar, Donde mis pies jugaban con las olas, donde la luna plateaba mis cabellos.
Me tengo que dar prisa el cuadro me reclama, dentro de nada la cercanía me impedirá ver su realismo. El realismo de mi vida. Busco en el armario aquellas zapatillas que guardé de recuerdo, cojo uno de mis bastones preferidos y el gorro de marinero. Camino entre las calles con cuidado, mido cada paso. Poco a poco me acerco al sendero que discurre junto al mar que me ha de llevar hacia mis soñados recuerdos. Comienzo a recorrerlo, el cansancio de mis piernas la ilusión lo mitiga. Poco a poco vuelvo a sentir la brisa de sal en la cara. Mis ojos se humedecen mi corazón les canta.
Durante unos metros el mar desaparece de mi vista, los árboles lo ocultan de mis miradas. Igual que de niño no la veo pero la presiento. Por fin al dar una larga curva aparece ante mi; intemporal, bella insultantemente poderosa. Me desvío por un pequeño sendero y tras grandes esfuerzos aparece ante mí…la marejada. Allí está enfrentándose con las rocas. ¡El cuadro de mi vida con todo su esplendor! Me siento sobre las rocas y contemplo de nuevo el horizonte. Las gaviotas vuelven a ser azules. El olor del mar se funde con mi alma. Toda una vida en una mirada. Es la primera vez que veo todos los colores...azules, verdes, grises, rojos, marrones, amarillos, naranjas e incluso los peces plateados ante mis ojos saltan. Aspiro profundamente y cierro los ojos. Las olas vuelven a cantarme, me arrullan con notas mágicas.
Me contemplo muchacho en las claras aguas. Escondo mis manos en los bolsillos, sus arrugas delatan el paso de los años, no quiero que nada rompa el encanto del momento. Miro a mi alrededor y descubro a una pareja que se acerca cogidos de las manos. Se sitúan varios metros por debajo de donde yo me encuentro. Abrazados, con los pies desnudos entrelazados. Es un hermoso canto a la libertad. Es el mismo mar de antaño, mi mar, mi cuadro. Les miro emocionado: soy yo ¡hace tantos años! De nuevo besos de sal, manos trémulas y caricias robadas. Mis lágrimas resbalan, mis olas les cantan. Más tarde se marchan, enamorados que por donde pisan el gris de las rocas se torna claro…El sol poco a poco se deja caer hacia el horizonte, un nuevo incendio se propaga entre las olas. El ultimo atardecer de mi existencia. Los últimos rojos y naranjas del cuadro. Cierro los ojos y cuando les abro, de nuevo en la lejanía están los barcos. Con sus luces amarillas temblorosas camino de destinos encontrados... Me pregunto si algún marinero estaba ya en ellos, cuando yo era un joven enamorado.
La luna de nuevo baña las olas con sus reflejos de plata, siluetas de barcos, las sirenas tocando la mar susurra una nana…el tiempo poco a poco se apaga.
Estoy pegado al cuadro, que no puedo abarcarle con los ojos, ahora ya no veo su contorno ni distingo sus colores. Solo el negro tiñe mis retinas. El abstracto del principio ha vuelto. Vuelvo a ser niño, el bebé de aquel blanco oscuro del comienzo. Huelo la pintura, mi nariz roza el lienzo. Los recuerdos se rompen, las ternuras se remueven. Lágrimas secas, manos quietas, pensamientos negros. Mi cuerpo empieza a fundirse con el lienzo, retorna al principio de los tiempos, al cosmos de las almas donde esperan su regreso. Donde el Dios de manos blancas las acuna en su reino.
El cuerpo termina de fundirse con el cuadro, de repente el alma, mi alma sale del mismo…de nuevo veo el cuadro, las olas, los colores, la marejada. Veo al niño, al adolescente, al joven enamorado, al hombre con su mirada prendida sobre las aguas. Y sobre todas las cosas veo… ¡el azul turquesa del amor! Marejada de amor. Todo es amor. Todo.