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El Museo del Prado en Santander

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MAS, c/ Rubio 6


Exposición

JOSÉ GALLEGO

Dibujos transitivos

25.10.2024 - 12.01.2025

c/ Rubio 6, Santander


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Evento/aluCINE

Iñaki Pinedo. "En la línea del horizonte"

26.11.2024 19.30h

Documental sobre Roberto Orallo


Vista general de Talleres didácticos

Evento/Talleres didácticos

Talleres didácticos

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Noviembre y diciembre en el MAS


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Presentación libro "MAScolecciones2021. Catálogo sistemático"

Viernes 24 de noviembre de 2023

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Marcos Díez

MARCOS DÍEZ

(Santander, 1977)

 

Escritor y periodista. Trabaja como director de la Fundación Santander Creativa. Ha publicado el libro de poemas Aprendiendo a ser Clint Eastwood (1999), y está incluido en la antología Humus, diez años de poesía última en Cantabria (1993-2003). Ha obtenido el premio José Hierro en las modalidades de poesía (1998) y narrativa (2004).

 

Reflexiones sobre un cuadro que no conozco (Picos de Europa)

El azar me ha situado ante este cuadro: Picos de Europa, de Leon Criach. Un lienzo encerrado a buen recaudo en el almacén de este Museo de Bellas Artes de Santander  a la espera de que lleguen mejores tiempos. Su autor seguramente era consciente  de que su obra, pintada un día o un mes o un año cualquiera, qué más da, tuviera una vida propia ajena a él. Hoy, en ese devenir imprevisto de todas las cosas al que no son ajenas las  obras de arte, este cuadro espera paciente a que llegue, de nuevo, su momento, y supongo que, mientras tanto, mientras ese momento llega, se sentirá satisfecho de abandonar durante veinte minutos, los veinte minutos que durará esta charla, el anonimato al que está condenado en el almacén en un pequeño museo de una diminuta ciudad de un país de tamaño medio, con el único cariño de los técnicos municipales que velan por él. Aunque claro, me olvido de que las obras de arte no son más que objetos inanimados y que a este  cuadro lo mismo le dará descansar en la pared de un museo que en un almacén polvoriento. No ocurriría lo mismo,  claro está, con la vanidad de su creador que, como es lógico,  siempre desearía lo mejor para sí mismo y para sus obras, esas que muchos artistas califican como hijos. Por fortuna  en el arte, como en la vida, siempre hay perdedores y, a veces, son casuales las fronteras que separan la derrota del éxito. Para mí este cuadro cuyo autor no aparece en los sistemas de búsqueda de Google en Internet tiene el atractivo de los perdedores, de esos personajes que tanto abundan en el cine y en la vida y que nos hablan con un aire sereno y digno que  sólo se logra tras una  serie encadenada de fracasos, cuando ya por fin se asume la derrota como una extremidad más.

 

Posiblemente les haya ocurrido a ustedes en alguna ocasión. Cuando uno observa un cuadro es muy posible que nuestro interés sobrepase la mera obra y nos hagamos preguntas que sólo la imaginación será capaz de responder. Eso ocurre de forma especial  cuando desconocemos todo sobre su autor y  su obra, en esas ocasiones las interrogantes de multiplican. En este caso, por ejemplo ¿Pintó este cuadro León Criach al pie de los Picos de Europa o la obra nació fruto de la nostalgia entre las cuatro paredes de un apartamento a miles de kilómetros, en algún lugar lejano al otro lado del océano? Si se fijan en el cuadro encontramos dos planos bien diferenciados, la vegetación próxima, por un lado, y el paisaje lunar de los Picos al fondo, por el otro. La penumbra de los árboles frente a la luz de las piedras. La cercanía frente a la profundidad. Y es entonces cuando uno se pregunta si el pintor, como el poeta de Fernando Pessoa, habrá sido un fingidor y habrá manipulado los elementos del paisaje a su gusto, a su antojo,  creando manchas arbóreas donde sólo había laderas desnudas o casas medio derruidas o una carretera mal asfaltada o una nave espacial, nunca se sabe.  También es posible que el autor jamás visitase los Picos de Europa y decidiese inventar por completo el paisaje partiendo de cuatro datos llegados a su cabeza a través de conversaciones ocasionales “tendrías que verlo, León, es un paisaje impresionante, unas montañas escarpadas y rocosas, sin un atisbo de vegetación”  No es algo descabellado que eso hubiera ocurrido,  que yo sepa Julio Verne nunca viajo en un submarino. Pensar en todas estas alternativas me divierte aunque, para que engañarnos,  lo más posible, y lo más aburrido, es que el cuadro sea una representación fiel  de la imagen  que los ojos captaron y trasladaban a la mente del pintor que después plasmo en el lienzo con una mezcla de inspiración y técnica.  Así que, en estos casos es mejor no investigar, aprovechar nuestro desconocimiento de la obra y el autor y quedarnos con la explicación que mas nos plazca, que mas da si luego se corresponde o no con la realidad, lo importante no es que el cuadro nos haga sabios, ni que nos permita demostrar lo eruditos o  cultos que somos al interpretar con acierto cada una de las pinceladas,  lo importante es que nos haga disfrutar, pasar un buen rato. 

En cualquier caso, al margen del contexto que rodeó a la creación de esta obra, y centrándonos en la obra en sí, he de decir que este lienzo me parece más que un paisaje de los Picos de Europa una buena representación de la memoria. Quizás no era un objetivo buscado y pretendido por el autor pero lo cierto es que el lienzo tiene muchos puntos en común con  los recuerdos, porque los recuerdos son así: uno montón de manchas indefinidas, inexactas, difusas que  flotan dentro de nuestra cabeza, un montón de nebulosas imprecisas que nos permiten recuperar la esencia de un lugar pero no sus detalles, exactamente igual que este cuadro. Por eso no hubiese sido descabellado que León Criach hubiese bautizado esta obra como Nebulosa interior o Imagen impresa de un recuerdo o el paisaje que no vi.  Hay mil títulos posibles para cada obra, no me extraña que al final sean cada vez más los artistas que opten por el ya famoso sin titulo.

Decía que el cuadro me recuerda a los recuerdos: la memoria ha sido objeto de todo tipo de estudios y reflexiones. Todo para descubrir como recordamos, un tema apasionante al que el arte no ha sido ajeno, muchas veces, como en esta ocasión, de forma involuntaria. Fíjense en los árboles, no son más que una serie de pinceladas imprecisas y, sin embargo, nadie duda de que es un árbol aquello que sus ojos están viendo. Ahora cierren los ojos y piensen en un árbol, seguramente tendrán en su cabeza una idea difusa, una serie de conceptos, de pinceladas genéricas, que se resumen plasmando en su mente la idea global de un árbol. La cosa se complicaría si me diese por entrar en los detalles ¿Cuántas ramas tiene el árbol que su cerebro reproduce? No podrían contestar, no podrían hacerlo ni aunque pensasen en el árbol bajo el que se sientan cada día en su jardín. No podrían porque las imágenes que almacenamos en nuestra memoria son inexactas.

 

Dejando a un lado los recuerdos y siguiendo con el cuadro que esta tarde nos ocupa cabe también la posibilidad de que el autor fuera simplemente… miope y que ese día se hubiese olvidado los anteojos en casa. Los miopes, sin esa prótesis maravillosa llamada gafas, vemos así la realidad:  borrosa y desenfocada.  Yo, a León Criach le calculo en esta hipótesis unas tres dioptrías en cada ojo. Entonces el autor podría haber titulado a este cuadro Paisaje miope o Cumbres borrosas o, el más atrevido y menos respetuoso pero no descartable  No veo un pimiento. Es lo que tiene ser artista, uno pinta un cuadro para que, después, un montón de personas lo interpreten siglo tras siglo para no dar una. Cosas del arte, supongo. Este fin de semana, sin ir más lejos habrán podido leer en la prensa una nueva interpretación sobre uno de los cuadros más famosos de la historia: La Giocondade Leonardo Da Vinci. El último estudio artístico asegura que La Gioconda se ríe de la estupidez de los hombres, para llegar a esa interesante conclusión han sido necesarios ocho años de investigación. Esta última teoría rechaza otras anteriores, entre las más destacadas se encuentra una elaborada por un profesor de la universidad de Georgetown que aseguraba que ese gesto de la boca de La Gioconda es típico de las personas desdentadas, otros han apuntado la posibilidad de que la mujer retratada por Leonardo estuviese embarazada y expresase a través de esa enigmática sonrisa su felicidad. Unos pocos se atreven a asegurar que simplemente es una sonrisa como otras muchas que podemos ver a diario. Como ven, las interpretaciones de un lienzo pueden ser de lo más diversas, algunas disparatadas. No basta con contemplar un cuadro, siempre hay una especie de obsesión por descubrir sus secretos, por dejarlo en los huesos, por comprenderlo.

 

Picos de Europa, de León Criach. No sé si les gustará este cuadro, la verdad es que, a veces, eso es lo de menos. Quien no ha admirado lienzos que no nos han gustado sólo por la historia, o el dinero, o por la provocación que estaba detrás de la obra en cuestión. “Lo pintó Miguel Angel hace un montón de siglos… vale tres millones de euros… dentro de estas latas hay excrementos” Vamos,  que la admiración hacia una obra de arte no sólo llega por el camino de la belleza. En el caso de los lienzos que se sitúan dentro de la franja de los poco conocidos, los casi anónimos,  las posibilidades de que el cuadro nos guste por lo que realmente es el cuadro y no por lo que lo rodea aumentan de forma muy notable. Si desconocemos todo sobre el autor, si no sabemos si el cuadro tiene o no valor económico, si vemos la obra en las paredes de un pequeño museo de una diminuta ciudad de un país de tamaño medio, si desconocemos si se pinto hace dos días o hace dos siglos el cuadro nos gustará por lo que es y no por lo que se le atribuye.  Picos de Europa, de Leon Criach, es un buen ejemplo. Ese es el atractivo de los pequeños museos y de las obras de arte que cuelgan de sus paredes y se almacenan en sus sótanos, en el mundo debe haber miles de ejemplos, desde la pinacoteca de Albacete hasta la  de Taipei, pasando por el modesto museo de Concepción en Chile o el de Izevsk, al pie de los Urales o el Townsville, en Australia. Quizás a estas creaciones uno se enfrenta con más sinceridad que a un Monet o a un Picasso o, por aproximarnos en el tiempo y en el espacio, a un Uslé.  No siempre lo conocido es lo mejor, ya lo dije antes, las fronteras que separan la derrota del éxito son casuales, muchas veces mínimas,  como en esa maravillosa película llamada Perversidad,  dirigida Fritz Lang, en la que el protagonista, un perdedor llamado Christopher Cross,   pintaba sin saberlo obras maestras  al salir de su trabajo como cajero en una oficina bancaria en Nueva York.  Unos cuadros que veían la luz en su cuarto de baño y que almacenaba en su pequeño apartamento bajo los desprecios de su mujer que amenazaba con entregar esas obras al chamarilero.  No entraré aquí en detalles pero al final Christopher Cross acabó convertido en un vagabundo atormentado en Central Park mientras sus cuadros, bajo la firma de una joven y  hermosa mujer asesinada, se paseaban por las Galerías más selectas de Estados Unidos. Christopher Cross no salió del anonimato pero, gracias a una serie de hechos afortunados si lo hizo su obra, que pasó de ser una pintura sin valor para aficionados que se hubiese malvendido en el mercado callejero por un puñado, más bien pequeño, de dólares, a cotizarse entre los coleccionistas enriquecidos que buscaban las pinceladas maestras nacidas del virtuosismo de un nuevo genio.  Y es que muchas veces es la causalidad, y no el talento, la que hace que una obra de arte se convierta en una obra maestra.