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Viernes 24 de noviembre de 2023
ADELA SAINZ ABASCAL
(Saro, Cantabria, 1965)
Poeta y periodista. Ha sido incluida en varias antologías de poesía femenina en Cantabria. Es autora de los libros Al final de las horas muertas (Guiomar, 2002) y Cartografía del silencio (Devenir, 2005).
Las contradicciones de una metáfora (El perro ladrando a la luna)
RESPUESTA (José Hierro)
Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras
como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un
álamo verde.
Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú
no comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible,
la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes.
Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte.
Siento arder una loca alegría en la luz que me envuelve.
Yo quisiera que tú la sintieras también inundándote el alma,
yo quisiera que a ti, en lo más hondo, también te quemase
y te hiriese.
Criatura también de alegría quisiera que fueras,
criatura que llega por fin a vencer la tristeza y la muerte.
Si ahora yo te dijera que había que andar por ciudades
perdidas
y llorar en sus calles oscuras sintiéndose débil,
y cantar bajo un árbol de estío tus sueños oscuros,
y sentirte hecho de aire y de nube y de hierba muy
verde...
Si ahora yo te dijera
que es tu vida esa roca en que rompe la ola
la flor misma que vibra y se llena de azul bajo el claro
nordeste,
aquel hombre que va por el campo nocturno llevando una
antorcha,
aquel niño que azota la mar con su mano inocente...
Si yo te dijera estas cosas, amigo,
¿qué fuego pondría en mi boca, qué hierro candente,
qué olores, colores, sabores, contactos, sonidos?
Y ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna,
poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?
Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras
como tú me entendieses.
LAS CONTRADICCIONES DE UNA METÁFORA
En la época en la que yo frecuentaba el Museo Municipal de Bellas Artes de Santander, no habitaba en él todavía El perro ladrando a la luna de Antonio Quirós. Esta obra llegó a la pinacoteca en 1998, gracias a la generosidad de la familia Lastra Santos. No es el único lienzo de Quirós que esta familia ha donado al Museo, pero en esta ocasión concurren una serie de circunstancias de gran emotividad, ligadas al sentido profundo de la obra donada.
Sin embargo, ésa es una historia que le pertenece a la familia y al director del Museo, Salvador Carretero.
Confieso que no había visto el original hasta que lo escogí para estas Alucinaciones. No sé precisar dónde lo había visto antes (siempre reproducciones) ni siquiera estoy segura completamente de haberlo visto en realidad. El hecho es que no titubeé a la hora de elegir, mi única duda era saber si estaba en el Museo.
Yo conocía este cuadro. Mucho más que eso. Porque esa imagen, ese perro y esa luna, enmarcados en una noche verde, forman parte desde hace tiempo de mi iconografía íntima, de mi memoria visual. Y aquí estamos esta tarde solos por fin. Frente a frente. Nunca antes tan cerca. Nunca tan lejos.
Lejos porque cuando abandonemos hoy el Museo mi relación con esta pintura habrá cambiado para siempre. Se habrá transformado la secreta membrana de misterio y magia que ligaba una parte de mí con este lienzo. Porque hablar de esta relación aquí, va a suponer que sea más luminosa y pública. Una parte del misterio que nos ha mantenido unidos se habrá roto para siempre.
A mi hijo no le gustó el cuadro y eso me llenó de alegría.
Desde el principio supe que empezaría con este poema, lo que no sabía era por qué ni como justificar la relación entre el poema de Hierro y este cuadro de Antonio Quirós. Dos piezas que se contradicen, con una atmósfera de signo diferente. Atmósfera que se consigue mediante la utilización de elementos comunes con diferentes contextos.
Hasta que por fin he visto claro que son la misma mirada en instantes diferentes. La escena vista al revés.
He elegido empezar con este poema porque estoy convencida (quiero estarlo) de que Respuesta es lo que la luna le dice al perro y que él no puede oír, cegado como está por el dolor. Diálogo sordo por tanto el del can y el astro condenados a la incomunicación, a la soledad. Pero no quiero hablar de José Hierro, ni de Antonio Quirós. “Conozco a Quirós desde el año 36. Un año después me regaló un retrato, un dibujo mío, poco antes de partir para el frente”, escribió José Hierro en un artículo publicado en El Diario Montañés el día de la muerte de Quirós.
Yo he visto ese retrato en casa de Hierro y Lines.
“Del que nada sabía (pese a todos mis esfuerzos) fue de mi pequeño Pepín Hierro, esto me intranquilizó profundamente, nadie me decía nada de él, siendo la causa de una constante preocupación que gracias a tu carta desaparece” le escribió Quirós a José Luis Hidalgo en una carta que se recoge en el catálogo de la exposición que sobre Quirós se organizó en este Museo en 1999. La carta está fechada el 30 de enero de 1940 desde Moulins, Francia, país al que Quirós se exilia en 1939, al término de la Guerra Civil.
La Guerra Civil. El tercer cabo de una imaginaria trenza que pretendo tejer con la mayor de las delicadezas, pero con mano firme, segura. A ellos no les gustaba hablar de ese tiempo. Dos amigos.
La misma escena vista al revés.
Pero no quiero hablar de ellos.
Antonio Quirós pintó El perro ladrando a la luna en 1935, tenía 23 años. En 1926, otro pintor, Joan Miró, había pintado un cuadro que responde al mismo título, en él se refleja a un perro en un ambiente nocturno, resuelto en negros y ocres frente a los verdes grises de Quirós; una escalera ascendente frente a una casa blanca. “Quirós trata el tema mironiano con un repertorio de formas nada mironiano, acentuando los aspectos mágicos” escribió José Hierro sobre este cuadro.
Personalmente este Quirós me lleva a pensar en una de las pinturas más inquietantes de Francisco de Goya El perro semihundido en que domina al igual que en el lienzo que nos acompaña esta tarde, la sencillez compositiva, y el escaso grado de narratividad. En ambos casos domina la sensación de misterio y soledad, una ausencia de movimiento, de vida, representan - tomo la frase del poeta Czeslaw Milosz - “la melancolía de las cosas fijas”. En ambos casos la tela contemplada induce al contemplador a interrogarse y le condena de antemano a buscar las respuestas en sí mismo.
He hablado de sencillez compositiva. La luna, unas colinas, el mar, ocupan la parte superior del cuadro. Una casa blanca, un pequeño cercado, un árbol sin hojas, un perro, la sombra de éstos proyectada sobre el suelo y el color, son los elementos con los que el pintor nos enfrenta a una escena perfectamente real. El misterio de este cuadro viene dado por la utilización de lo pintado en su faceta de signos (el perro es un perro del que se puede decir hasta la raza) y que funcionan, interactúan con el espectador en tanto que símbolos (el lienzo parece hablarnos, nos cuenta algo que no podemos descifrar con certeza, interpretamos). El pintor nos ofrece el instante. Nosotros ponemos la historia. Escribió José Hierro “cuando la gente ve la pintura de Quirós no se pregunta ¿qué es eso?, sino que se siente atraída... (...). Es como la poesía de Lorca, que posee la capacidad de sugestionar mágicamente”.
Corazón interior no necesita
la miel helada que la luna vierte.
(El poeta pide a su amor que le escriba).
Antonio Quirós conoció a Federico García Lorca en el año 33, cuando el poeta vino con su Barraca a la UIMP. Según los estudios e investigaciones llevadas a cabo por el director del Museo, Salvador Carretero, esa amistad y la obra literaria de Lorca ejercieron una clara influencia en Quirós, hasta el punto de hablar de una etapa lorquiana en la pintura del artista cántabro. “De forma genérica denominamos etapa lorquiana, al momento en que el artista se compromete con la estética metafísica y surrealista, es decir a la etapa del mejor y más interesante Quirós” escribe Carretero en el catálogo para la exposición Antonio Quirós (1912-1984) realizado por el Museo de Bellas Artes de Santander en 1999.
Para preparar esta Alucinación he venido en varias ocasiones acompañada de distintas personas a ver El perro ladrando a luna. Uno de esos acompañantes fue el artista Manu Arregui, que nada más verlo me dijo “Me recuerda a Lorca”. Efectivamente, en este cuadro está reunida mucha de la simbología más recurrente del poeta granadino:
la noche: La noche llama temblando/ al cristal de los balcones/ perseguida por los mil/ perros que no la conocen (Muerto de amor),
la luna :Vuelve hecho luna y corazón de nada (En la muerte de José de Ciria y Escalante)
y el mar: No me recuerdes el mar/ que la pena negra, brota (Romance de la pena negra).
La muerte llega siempre
de esos campos ocultos.
(ojos- Suite de los espejos)
Supongo que la gran protagonista del lienzo, es la noche. Una noche callada que oculta los relieves, los bordes externos de la realidad, que pone de manifiesto la casi ausencia de vida, todo en silencio. Pero el pintor nos da más detalles. Es una noche fría, de invierno cantábrico en la que se respira una humedad que se posa sobre las cosas. Se adhiere a la piel blanca del perro, a la mancha diminuta de sus ojos; se percibe sobre el campo oscuro, en las estacas del cercado, en la neblina que empaña el mar. Una humedad que se posa sobre el árbol desnudo, seco, iluminado sin paliativos por la luna. Imagen trágica que me arrastra a una tragedia. Asociación de ideas que no quiero conjurar. Una noche a la que no quiero enfrentarme. La noche, la gran metáfora de la que quiero salir. Y sin embargo, he elegido este cuadro. Contradicciones de una metáfora.
Protagonista también, la luna, una luna que está sola, sin estrellas, situada en lo más alto del lienzo, a modo de deidad es observada desde abajo por unos ojos solitarios que a su vez se alimentan de su luz. El astro como un ser superior al que un solitario galgo ladra sin sonido su desconsuelo. “Inconsolablemente. Diente a diente,/ voy bebiendo tu amor , tu noche llena./ Diente a diente, Señor, y vena a vena/ vas sorbiendo mi muerte. Lentamente.” En estos versos de Blas de Otero se glosa para mi la estática protesta del perro. El animal como única representación de lo vivo, de lo que tiene sentimientos, pensamientos, emociones que vierte sobre el astro luminoso. Lejano, desconocido. El animal como trasunto del artista, del creador. Un ser que a menudo fluctúa entre dos mundos, en ocasiones contrapuestos, otras veces complementarios. El ser que duda y se cuestiona toda evidencia de realidad, porque él busca, siempre busca, aunque a veces se extravía en el personaje. Otras simplemente no aparece. En la figura desvalida de ese perro se encierra el personaje solitario ahogado en su pensamiento, que se sabe condenado a preguntar y vivir sin respuestas. Como el perro persigue a su presa sin tregua, guiado por el instinto y los sentidos acechantes. Sabe que no va a darse por vencido aunque la pieza anhelada sea más rápida o más astuta. No se rinde al dolor de saberse vivo. Y seguirá cuestionando y cuestionándose, anticipando su fracaso. Nunca sabrá si ha interpretado correctamente la respuesta de la luna. Nunca sabrá si hubo tal respuesta.
El pintor Antonio Quirós en este cuadro, impregnado de lo que Salvador Carretero define como “una cromática fría, metálica, en escalofriantes y dominantes verdes, apuntalados por gélidos blancos”, de figuras pretendidamente planas, ubicadas en un espacio amplio y definido, es capaz de crear una cosmología personal, un universo que trasciende al espectador. “Es un mundo al que nos enfrentamos con una impresión de complacencia inicial. Pero muy pronto percibimos, una vez más esa carga de inquietud que conllevan las creaciones quirosianas” cito nuevamente a José Hierro.
Poco dado a explicaciones, Antonio Quirós dijo alguna vez “Pinto lo esquelético y me gusta lo hermoso, coqueteo con lo mostrenco y me robora lo angélico, pinto la muerte y me encanta la vida”. Pinto la muerte y me encanta la vida. He aquí una de las múltiples explicaciones de este título. He aquí la clave oculta, el trasfondo que subyace detrás de estos colores pretendidamente metálicos, puros. Puede que en esta declaración del pintor se esconda la cálida ternura que despierta esta obra. El siempre inestable equilibrio entre lo real y lo soñado. La contradicción. La búsqueda incesante de la vida, metáfora mayor, mientras caminamos hacia la muerte. Destino final.
Resulta curioso como suceden las cosas, como se engarzan los sucesos que van formando nuestra experiencia vital como si de piezas de un puzzle se trataran. Como se van entretejiendo los sucesos que conforman, que alientan nuestra existencia. Hay todo un entramado misterioso que nos va enlazando a las personas y sus vidas. También a sus muertes. Este cuadro, esa porción de tela en la que se ha impregnado unos colores y unas formas determinadas, a mí, a la Adela cotidiana con biografía detallada, me habla de una noche muy concreta, una noche con fecha. Yo que no creo en el tiempo llevo una fecha tatuada en el reverso. Una fecha tatuada en la memoria. El 21 de diciembre de 1991. Fecha que, ironías de la vida, se reimprime once años más tarde, en el dos mil dos, con la muerte de José Hierro.
En esas dos noches yo maldije y grité mi rabia ante la indiferencia fría de una luna llena, hermosa y terrible, que iluminaba con su luz diáfana cada resquicio de mi dolor. “Veo un perro ladrando a la luna con una figura que recuerda a mí “ canta Silvio Rodríguez. Yo he habitado alguna vez ese perro. Yo he vivido alguna vez dentro de ese cuadro.
Ahora quiero verlo desde fuera y el ejercicio no deja de ser doloroso. Porque en este viaje he vuelto a ser todo lo que fui, a llorar por todo lo que lloré y sé que siempre lloraré.
A mi hijo no le gustó el cuadro y eso me llenó de alegría. Es un niño feliz.
Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses