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El MAS reabre sus puertas después de las obras de reforma con una selección de sus mejores obras.
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Documento de trabajo del MAS que desde mediados de los noventa del siglo XX se desarrolla y actualiza de acuerdo a los nuevos contextos.
LUIS MIGUEL ARTABE
(Santander, 1974).
Licenciado en Ciencias de la Información por la Universidad Pontificia de Salamanca. En la actualidad trabaja en el gabinete de prensa del grupo municipal socialista del ayuntamiento de Santander. Como narrador tiene un Accésit del Premio Consejo Social de la Universidad de Cantabria en la modalidad de relato. También es guionista de cómic y tiene inédito un libro de poemas que espera ver la luz en breve.
- San Miguel Arcángel
Atribuido a Francisco Pacheco
1614-1617
Óleo sobre lienzo
125,2 x 69,1 centímetros
Sin firma
- Un cuadro. En el fondo es sólo un cuadro. Un momento de inspiración, muchas horas de trabajo y al final... un goteo de breves deleites tribales, espontáneos y difuminados que se ensamblan frente al espíritu añejo de los años. Un estertor del imaginario propio de una mente y de unas manos que se extiende más allá de las fronteras de un cuerpo defectuoso y que es absorbido y regurgitado por mil arroyos dormidos. Colores que nos muestran estáticamente que no todo está perdido para el género humano. Vamos... lo que solemos llamar un cuadro.
- ¿Podríamos empezar por el principio? Quiero decir, por qué tiene esta forma y esa serie de cosas.
- Habitualmente los cuadros tienen cuatro lados, aunque con el arte moderno nunca se sabe. Éste tiene cuatro. Cuatro lados para una idea o un sentimiento grabados en una imagen fija. Cuatro fronteras que separan la imaginación de la realidad. Cuatro líneas que encierran al Arcángel San Miguel en una pugna sin fin contra el diablo en una celda situada en esta prisión de blancas paredes.
- ¿Por qué hay tantos cuadros en este museo? ¿No sería mejor hacer un museo para cada cuadro?
- Quizá sí. Quizá sea lo mejor. Un casa para cada idea, pero debes tener en cuenta que hay muchos cuadros en el mundo. Los hay de una Manera u otra desde hace miles de años y los hay porque los seres humanos necesitamos arrancarnos la piel y colgarla en las paredes para que veamos que no somos sólo animales y que no todo está perdido.
- Y si hay tantos, ¿por qué has escogido éste?
- Él me eligió a mí. Sólo algunos luchaban por seleccionarme para este misión y él fue el más fuerte. Es posible que sea porque representa a la humanidad entera. Todo lo que hemos sido, todo lo que somos y todo lo que seremos está plasmado en su superficie. Todo. Nuestra manera de entender el mundo, nuestra simplificación del universo... Este cuadro atribuido a Pacheco es el grimorio donde están escritos los caminos del mundo. Los hechizos, los encantamientos... todo está reflejado en este óleo.
- (El personaje se levanta y mira el cuadro. Lo observa con detenimiento, siguiendo sus luces y sombras. Se vuelve a sentar. Mira al público. Pone cara de “creo que me estás intentando vender una moto y comenta con desgana...”) Si tu lo dices...
- En serio. Eso es lo grande del arte. Te puedes enfrentar a una película, a un cómic, a un libro o a un cuadro y puedes ver más allá de tu vida cotidiana. Puedes abstraerte y oler situaciones que nunca habrías olido.
- (El personaje mantiene la misma cara de incredulidad) Ya sé lo que me dices. Pero yo, a parte de un Arcángel vestido a la romana, con una falda dorada, una armadura azul y una capa roja, muy llamativas todas ellas, por cierto, solo veo un demonio de rasgos animales.
- Pues eso.
- ¿Pues qué?
- Lo acabas de decir todo. Con esos datos ya puedes intentar volar.
- (Cara de “este personaje está más loco que nadie”) ¿Volar?
- Volar. Dejarse llevar a otros mundos internos que nunca descubrirás si solo ves la televisión. Ya sabes, volar, volar... imaginar... oler Oniria.
- (Asintiendo con la cabeza como a los locos y pronunciando muy despacio) Volar.
- Sí, volar.
- (Girándose hacia el otro interlocutor con actitud inquisidora) Y se puede saber hacia dónde.
- (Pausa irreflexiva). Hacia las entrañas de este cuadro.Aunque, también te digo, que cuando uno vuela, lo importante es volar. El lugar de destino es lo de menos.
- Tú alucinas.
- A eso hemos venido aquí, a alucinar. Voy a hacerlo porque es algo que me encanta y me ayuda a superar una realidad esperpéntica que me maltrata. Voy a hacerlo porque no hacen falta psicotrópicos, ni complejos vitamínicos, ni desiertos, ni sapos. Lo único necesario son las alas que nos crecen al mirar un cuadro. Por ejemplo, éste cuadro.
- (Mirando al público y girando el dedo índice repetidamente junto a la cabeza, señal inequívoca de locura, y la voz, con muchas ondulaciones y pausas) Si no es mucha indiscreción, cuando te pusiste camino a las entrañas de este cuadro... ¿qué te vino a la mente?
- ¿De eso se trata? ¿De que no pienses? ¿De que te lo den todo hecho? Te voy a contar lo que yo he visto, pero no ha de ser lo mismo que otros vean. De hecho, lo bueno es que cada uno vea algo diferente. Cada uno debe aprender a volar por sí mismo, con sus propias alas, no con las de otro. ¡Basta ya de “gatekeepers”! Nuestras vivencias y anhelos nos arrastran por atajos de un camino que pueden perdernos entre las nubes. Por eso lo importante es que volemos. Tú, yo y cualquiera de estos. ¿Preparado?
- Sí.
- ¿Preparados?
- (Suponemos que sí).
- Si he de ser sincero, la primera vez que observé este cuadro fue la tercera o la cuarta vez que lo vi. Oscuro, con leves destellos de color, consiguió vehementemente que me crecieran dos apéndices espumosos en mi espalda que permitieron traspasar esa frontera donde coquetean la filosofía y la religión y donde el ser humano siempre se ha sentido incómodo. Razonar en la imaginación siempre fue y será peligroso.
Pasó el tiempo, no sé si fueron meses, años o segundos, y las alas continuaron creciendo hasta que las maniobras ascendentes de mi vuelo se hicieron muy fáciles, casi triviales. En aquellos momentos comprendí que lo que estaba ante mis ojos no era sólo un paraje extraño y precioso. En esos instantes, había descubierto un lugar virgen de mí mismo y observar la vasta llanura donde se desarrolla el conflicto más antiguo que el reloj del dios Cronos ha conocido no suponía esfuerzo ninguno. Entonces, descubrí y desgrané la eterna guerra que ha separado a los ejércitos de las tinieblas morales de los de la blanca pureza de la verdad aceptada. Todo un mundo de conflictos resueltos entre el bien y el mal. Todo un mundo pictórico, ¡mucho más!, un universo artístico donde el soporte es lo de menos, o, ¿quizá es lo de más?
Tranquilo, lo sé. Sí, alucinaba. Lo hago con determinada frecuencia. Una vez aprendes es difícil que se te olvide... es más... incluso, con el tiempo, deja de doler. Sin embargo, aquella no fue una alucinación normal. Hay veces que durante el vuelo suceden cosas extrañas. Algo que parece una nube se puede convertir en algodón de caramelo y lo que se asemeja a una corriente de aire caliente pueda congelarte el corazón y empujarte irremediablemente hacia el suelo. Más o menos fue lo que me pasó en aquella ocasión. ¡Qué susto! Casi me estrello. Os puedo asegurar que no es fácil que mientras vuelo pierda el equilibrio. Puedo perderme, puedo acercarme a los riscos y llenarme de nieve. Pero, modestamente, vuelo bien. Tened en cuenta que soy hijo solo, que mis padres y mis madres trabajaban y que pasé mi infancia en un octavo piso. Sé lo que es volar cuando llueve. Me acostumbré a hacerlo solo.
Pues bien, imaginaros. Yo estaba contento con mis alas frondosas y bellas, mucho más que las del Arcángel. Estaba feliz por observar esa guerra entre la espada de Dios y su enemigo. De pronto, un golpe invisible me hace rozar el suelo, con el “lobotómico” peligro que eso conlleva. Y cuando tengo el soporte universal tan cerca de mi nariz que el mundo de las hormigas se hace infinito, sin avisar, me encuentro con las entrañas del cuadro. Así, casi de golpe y porrazo.
- Continúa.
- Si tú me lo pides, continuo.
- Te lo pido.
- Pues sigo... decía que me sitúo levitando horizontalmente como un hechicero, embriagado de poder sobre las entrañas del cuadro, y descubro que en él no solo hay un arcángel y un demonio...
- Yo es lo que veo.
- Demasiada prensa rosa y demasiado fútbol.
- No te las des de listo. (En voz baja hablando para sí entre dientes) El ser humano no puede volar y me está soltando un incomprensible rollo que no hay quien lo aguante.
- (Mirando al otro)Puede volar quien realmente quiere. (Mirando al frente)Quien no quiere, no puede.
Repito para que quede claro. En este cuadro he visto mucho más que un Arcángel y un demonio. Este cuadro es más que unas míseras proporciones empapadas en colores. Esta historia estática refleja la lucha del bien contra mal encarnada en la guerra de lo conocido contra lo desconocido, del nosotros contra ellos. El arte refleja los miedos que nos rodean. Es un refuerzo de sentimiento social. Por eso nuestros miedos están recogidos en las paredes de un museo al igual que están reflejados en los 35 milímetros de una película de cine.
- Bueno pero...
- Shhhhhh, shhhhhh, déjame ahora. No me cortes que estoy volando. En mi cabeza suena ahora la canción “Fly me to the moon” mientras desgarro las figuras de este cuadro. Miedo. Debemos tener miedo. Fíjate en que, para reforzar nuestra repulsión al mal, el demonio está personificado con rasgos de animales reales y míticos a los que tememos (serpientes, dragones, lobos, grifos...). Por eso, es negro tenebroso y arde en las llamas del infierno, mientras el ángel está iluminado y porta unos colores llamativos, casualmente los primarios con el significado que ello tiene. La luz y el color, frente a la oscuridad y el negro. Un Arcángel que representa a un ser andrógeno, siervo de la verdad, que vence nuestros miedos. Que vence lo extraño del mundo. Una eterna guerra que representa el bien reflejado en nosotros y el mal en lo desconocido, en lo ajeno. Sin duda es un superhéroe que nos defenderá de la tentación del supervillano.
Sigamos volando. Que quede claro. Toda sociedad se considera buena. Nuestra manera de ver el mundo es la mejor. Y el resto... o son malos, o están equivocados. Opresores, enemigos, falsos, necios, inferiores, traidores... todos menos nosotros. Esta es la verdad de la que se ocupa el cuadro. Por eso volando por muchos sitios diferentes descubres los nexos de unión entre nuestros mundos imaginarios. Por eso el bien es limpio y los personajes buenos nunca mienten, ni obran de mala fe. No nos lo podemos permitir.
- ¿Me estás diciendo que en este cuadro hay algo más que San Miguel venciendo a un demonio? ¿Me estas diciendo que todo un imaginario colectivo está reflejado ahí? ¿Me estás diciendo que...?
- Pues claro. Tienes que darte cuenta que hay mucho más que una lucha entre dos personajes sobre el lienzo. Siempre lo ha habido. El demonio está representando a un ser de pasado oscuro que se deja llevar por la envidia y la avaricia y que atenta permanentemente contra nuestra seguridad y nuestra dignidad. Es deforme, animal y ajeno a nosotros. Vive en nuestras pulsiones destructivas que debemos reprimir para no exterminarnos. Por eso no puede ganar y por eso al final del tiempo sabemos que, no sólo perderá, sino que desaparecerá. Por muchas batallas que él gane, perderá. En el Apocalipsis, o en el Raknarok, o en aquel momento en que termine el tiempo, perderá. Por eso es incomprensible que nadie se junte con él. Por eso es reprochable cualquier moral que le roce, aunque sea tangencialmente.
Y al otro lado del “ring”, bello, sin defectos, justo. Con una trayectoria intachable y representante de cada uno de nuestros valores... el Arcángel San Miguel. ¿Quién ganará?
Desgraciadamente, nuestra manía de simplificar y catalogar el mundo produce que nos acerquemos a los estereotipos de tal manera que en muchas ocasiones seamos verdaderos esclavos de estos procesos. Es más, que lleguemos a pensar que los demás no están a nuestro nivel y que, en la mayoría de las ocasiones, tengamos razón. Siempre somos los buenos de las películas porque siempre encontramos justificaciones para nuestros actos.
- Todo esto mirando un cuadro...
- Sí lo sé, es solo un cuadro. Pero hay tantas cosas dentro. Este es el efecto más grande del arte. La obra que no consiga por lo menos levitar a alguien un milímetro no es una obra, es una ventana entreabierta que da a una pared de ladrillos.
- Bien, pues tendré que mirar de otra manera este cuadro. Porque sigo viendo un pasaje de la Biblia y por mucho que sueñe... o vuele... o lo que sea... solo me imagino en esa escena, es más, esa pelea en concreto.
- Eso no es malo. No hay reglas. Lo único importante es batir las alas y volar. Simplemente déjate llevar por este cuadro. Y mientras vueles, siente el calor del fuego del infierno, esquiva las fauces del demonio y acuérdate de saludar al Arcángel San Miguel, espada de Dios. Ahora, bien, ten en cuenta que sólo son personajes de una obra de teatro, que cumplen una función social y que están ahí para marcarnos un camino que se pierde entre la proa de un barco hundido en la bruma y unas alas humedecidas y fatigadas por el viaje.
- ¡Volar o no volar! He ahí la cuestión.
- Importa el vuelo, importan las magulladuras de los golpes e importa oler la guerra entre el incienso y el azufre, entre el oro y la piedra, entre el bien y el mal, entre lo bueno y lo malo.
- ¿Lo conseguiré?
- Seguro.
- No prometo nada... pero lo voy a intentar.
- Es mejor no prometer nada, con el esfuerzo vale.
- ¿Podemos borrarlo todo y volver a empezar?
- Claro. ¡Dale!
- San Miguel Arcángel
Atribuido a Francisco Pacheco
1614-1617
Óleo sobre lienzo
125,2 x 69,1 centímetros
Sin firma
- Un cuadro. En el fondo solo es un cuadro.