Exposición

JOSÉ GALLEGO

Dibujos transitivos

25.10.2024 - 12.01.2025

c/ Rubio 6, Santander


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Reapertura del MAS

El MAS reabre sus puertas después de las obras de reforma con una selección de sus mejores obras.

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Presentación libro "MAScolecciones2021. Catálogo sistemático"

Viernes 24 de noviembre de 2023

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Día Internacional de los Museos 2023

Jueves, 18 de mayo

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Presentación libro "MAScolecciones2021. estudios y Reflexiones"

Viernes 19 de mayo a las 19.00h

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Fernanado Zamanillo, socio de honor de "amigosMAS"

La Asociación amigosMAS ha decidido nombrar como primer Socio de Honor a Fernando Zamanillo. Será el próximo viernes 25 de noviembre…

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Proyecto Museológico y Museográfico

Documento de trabajo del MAS que desde mediados de los noventa del siglo XX se desarrolla y actualiza de acuerdo a los nuevos contextos.

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Alberto Santamaría

ALBERTO SANTAMARÍA

(Torrelavega, Cantabria, 1976)

 

Poeta y escritor. Dirige la revista de poesía Nadadora. Ha editado la obra poética de José de Ciria. Es Premio de Poesía Joven de Radio 3, Radio Nacional (2004), y Premio Vicente Nuñez. Entre sus libros destacan El orden del mundo (Renacimiento, 2003), El hombre que salió de la tarta (DVD, 2004), Notas de verano sobre ficciones de invierno (Visor, 2005)

 

Fragmentos para una estética de lo frívolo: arte canival. (An Inner Dialogue with Frida Kalho)

Mi objetivo esta tarde es dar poética y artísticamente una posibilidad a lo frívolo, a partir precisamente de la obra de Yasumasa Morimura. Entendiendo lo frívolo como lo superficial y sensual sin trascendencia, y por extensión como un acto bello, anacrónico y apropiacionista, es decir, falsificador.

 

*

Con este título quiero llamar la atención, desde el inicio, sobre tres nudos de tensión que se me aparecen (y se me hacen fundamentales) a la hora de pensar esta obra y su posible vínculo con cierto modo de ver la poesía, o con cierta manera de hacer poesía. Estos nudos son: el fragmento, la frivolidad y el canibalismo. Y por encima de ellos dos conceptos: lo verdadero y lo falso. En este sentido la obra de Morimura  me sirve para dibujar una posible, propia y particular poética. Hago aquí, entonces, una verdadera apología del abuso.

Así que ya desde el inicio les pido disculpas por mi más que posible inclinación a habitar estos espacios.

*

Adoro las máscaras, la banalidad de lo ya dicho, el juego de lo ya inventado. Por ello todo lo que a continuación apuntaré juega con su posible falsedad, y por ello ha de ser visto como un discurso de máscaras, de imposturas, de deseos. Se trata, en fin, de un juego, de una belleza y de su enigma. Por ello he dividido mi intervención en diferentes estadios y fragmentos, citas y juegos, deshilvanados a conciencia. Es, lo digo antes de iniciar mi intervención, una cartografía imposible, va a ser un ágape con raros comensales. Y para llevar a cabo esta premeditada imposibilidad invitaré a esta poética merienda a varios personajes que van desde Goya hasta el cine porno, de Fernando VII a Oliver y Benji. Así empieza nuestra merendola, convocando a todos los retratos del museo.

 

*

Permítanme, pues, comenzar con una idea y un espanto. Hay un fenómeno opuesto al déja vu. Lo llaman el jamais vu, el nunca visto. Es cuando uno se encuentra con la misma gente o visita un sitio una y otra vez pero siempre es como la primera vez. Lo ya visto se transforma en sorpresa.El mundo conocido se torna extraño. Nunca hay nada familiar. La sorpresa inunda lo ya visto. Es un curioso modo de desinformación ritual. En este sentido, creo que este es el modelo esencial para comprender la poesía y el arte hoy: un juego revisitador, de falsedades, de frivolidad maravillosa.

Por otro lado, el espanto que quiero mantener es hacia una metáfora, hacia una obsesión: la imagen de “la verdad desnuda”. Odio esa idea de verdad, que implica en sí mismo un modo de ser. Remontémonos muy atrás y desandemos muy torpemente. En las Instituciones Divinas dejó escrito el gran Lactancio: “Y Dios quiso que la verdad simple y desnuda fuese por naturaleza bella, y quiso en cambio que la mentira agradara cuando va cubierta de una belleza que no es suya”. Creo que la mentira (agradable o no), la ficción, la teatralidad, y esa belleza que no es suya han sobrevivido mucho mejor al tiempo que ese strip tease divino de la verdad. Aquí sin duda estamos convocados a un juego de disfraces, de apropiaciones niponas.

 

*

En una antigua entrevista una actriz y poeta del cuerpo admirada por muchos como es Tracy Lords afirmaba lo siguiente: “ser observada lascivamente me hace vivir la vida de otro, cada vez que me miran es como si yo mirara a alguien”. Así de sencillo. Al ser contemplada Tracy Lords se siente reinventada en la vida de otro, habitada física y emocionalmente por otro, y es por eso que necesita construirse con otros papeles, idealizando lugares y cuerpos. Esta idea revive la imagen acosadora de Lactancio. Vive una belleza que no es suya, que no es nuestra.

 

*

Al visitar este museo con la idea de elegir una obra, o más bien colonizarla con mi dedo índice, pensé inicial y directamente en Goya (pido perdón al gran Julio Maruri). Su Fernando VII me parece (y siempre me lo ha parecido) una ficción suprema, esconde un gesto preciso de mascarización, de primera y originaria frivolidad. Creo que logra Goya aquí una mirada elevada a partir de lo frívolo.

Si es posible, tengan un instante el cuadro Fernando VII en mente.

¿Qué puede haber más frívolo que retratar a un monarca menor, con sus ropajes, sus colores y su mirada perdida apoyado en un oculto mueble debido seguramente a que no sabía qué hacer con sus manos rechonchas y torpes? Qué bella frivolidad un monarca ajeno al débil latir de un león que a sus pies juega con sus grilletes, mientras a su lado descansa una corona, un símbolo, al que ni siquiera atiende. Mi querido Andy Warhol realmente lo hubiera disfrutado. Me parece delicioso, y a la par tristemente triste. La frivolidad, así lo creo, es un concepto de gran altura, pero incomprendido o  malinterpretado. Sobre esto volveré más tarde. Al igual que Tracy Lords Goya es o habita cada una de las grietas de ese Fernando VII. La lectura, la ficción, es sobradamente útil y conocida. Lo podemos decir con otra máscara, Rimbaud: “Yo es otro”. La máscara es la esencia del retrato. Todo retrato viene a decirnos que no existe tal personaje. Ese Fernando VII es una invención goyesca, del mismo modo que este Goya es una invención de ese Fernando VII. Todo retrato es una apropiación, elevado canibalismo.

Con este pensamiento recorrí la sala de retratos, fijándome aquí y allá, en ésta y en aquella pincelada, en este silencio y esa imagen, en ese cuerpo y en este contorno.  Sin embargo, tras observar detenidamente este Goya, me detuve teatralmente un instante en mi giro y dejando retozar mis ojos lozanamente caí ante la mirada insospechada, fascinante por aterradora, de esta Frida Mercenaria, de este diálogo interior. Un descubrimiento, ciertamente. Un ejercicio poético al que yo me adscribo, un ejercicio de superficies.

Todo retrato - creo - es frivolidad, y ahí quería llegar. Ficción, juego. Y en este sentido, mucho antes que Warhol el maestro es Goya. ¿Qué me dicen sino de esa faja, de esos labios dormidos, de esos pies pequeños y femeninos y de esa ausencia de paquete en el retrato goyesco? Algo maravilloso. Qué acierto, y por ello he de felicitar a este museo, situar así de cerca un Morimura y un Goya. Vuelvo a repetirlo: algo delicioso, impagable. No deben existir cronologías ni historias para observar como un film fragmentado o una novela las miradas de un retrato. Esa pequeña sala de retratos, ese intenso pasillo, parece sin duda una sala de reuniones y deseos donde a oscuras los retratos con sus gestos conversan bellamente, dialogan unos con otros y consigo mismos. Un Goya, un Morimura. Pero también hay un delicioso Anónimo madrileño titulado San Bernardo del siglo XVII donde este santo agarra sensual o sexualmente una cruz, un Pedro Mora de 1997 donde observamos un retrato fragmentado, un Martín Sáez de 1980 donde se conjuga la pederastia voyeur con una suave sensualidad, o un Pierre Gonnord donde un hombre negro nos mira entre la sumisión, el tedio y el reto. Todos ellos, tal vez a oscuras debatan sobre el sentido de su existencia, sobre el color amarillo que determinado personaje luce en su solapa o sobre la deliciosa confitería que preparó Sara Huete. Quién sabe qué deseos y que fantasmas les acosan. Un Fernando VII preguntando a una falsa Frida Kahlo sobre la situación económica de Méjico, por ejemplo. Es, permítanme la expresión, algo alucinante. Les recomiendo que permanezcan en esa sala unos minutos y comprenderán lo que digo. La fuerza de esta Frida es impactante. Más que una sala de retratos parece una sala de reuniones bella y anacrónica. Y cada día que vuelvo, ya de atardecida, veo en sus gestos una preocupación distinta, renovada, tal vez ajena a este mundo.

 

*

Bien, sin embargo, ahora nuestro objetivo es otro. Es Morimura, otra máscara, otro juego. Morimura juega a inventar el retrato, y por ello a inventar una mirada. Su mirada indica posesión. Observado detenidamente vemos a Frida Kahlo un instante, su sufrimiento, su deseo, su dolor. Esto aparece tan sólo un instante, porque en seguida -con una rapidez insospechada - descubrimos el fondo, la ironía, la ruptura burlona de Morimura, su teatro. Es una belleza compulsiva y como tal cumple su carácter enigmático. Morimura insiste en esta línea de trabajo, aumentando el número de variables que entran en juego. En sus fotografías el artista se autorretrata asumiendo los personajes femeninos de cuadros famosos, como ocurre en Hija de la Historia del Arte o en Mona Lisa en su origen. De la misma manera, se apropia de las imágenes de la cultura popular convirtiéndose en Marlene Dietrich, Faye Dunaway, Brigitte Bardot… Por medio de este mecanismo, Morimura traspasa la barrera prohibida que separa los géneros y juega al juego peligroso del drag, del disfraz, pero inclinando la balanza de la androginia hacia los caracteres femeninos. Así, mediante una mezcla entre la crítica irónica y el homenaje, Yasumasa Morimura multiplica las posibilidades de crear un imaginario sin fronteras. En su obra Oriente y Occidente se fusionan, la alta y la baja cultura encuentran un espacio común y lo masculino y lo femenino se difuminan en una presencia extraña. “Necesito primero desnudar a Frida para poder vestirme después con sus ropajes”, escribe el propio Morimura.

 

*

 Así, “El diálogo interior con Frida Kahlo”, dura tan sólo el instante de esta frase. Frida no nos interesa, y menos aún a Yasumasa Morimura. Es sólo una apropiación, un disfraz de mirada esquiva y ojerosa, rodeada de raíces y plantas mutantes. Es casi un bodegón postmoderno. Es sólo un objeto, una cabeza. Como en un conocido anuncio publicitario parece haber tomado la cabeza de su amiga Frida para contemplar el mundo de otra manera. “Yo, con mi amiga Frida, juego a intercambiarme la cabeza”, así podría redefinirse el anuncio y el arte. Sin embargo eso sería la superficie. Es imposible hablar de esta obra sin máscaras, creo que ya lo he dicho. Y como toda máscara, como todo rostro retratado, tiene dos líneas que parten nuestra mirada, y que se mantienen al ser un diálogo interior. Los límites para mí fascinantes de esta obra son los ojos y los labios. Sobre esto un poeta ha dicho: “Tocados por lo invisible. En lo invisible. Allí donde se produce el desplazamiento de las manos a los labios. Los labios, sean cuales sean en los que estemos pensando, no cruzan nunca el campo de lo visual de su propio cuerpo. El ojo no puede verlos. Ellos pertenecen a dos organizaciones corporales independientes, heterogéneas, exclusivas”.

 

*

Escarbando aquí y allá durante estos meses acerca de Morimura hallé por casualidad un poema de Tim Ashcroft, poeta y artista californiano que curiosamente dedica un poema, un breve texto, al propio Yasumasa Morimura. Ashcorft debe estar muy presente en nuestra merienda. El poema dedicado al japonés poco importa, pero dentro de su libro Deseo contenido en una garrafa de cinco litros, de 1998, tiene un poema titulado precisamente Odio a Frida Kahlo, donde curiosamente dos años antes de la obra de Morimura  juega a dialogar interiormente con la artista mejicana, a destruirla. Sin duda este poema puede servirnos (ha de servirnos) como ilustración, como pie de foto. Al hallarlo di quizás con la clave del falso retrato. El poema no tiene desperdicio. Leeré un fragmento:

“dormido méjico poco importa la tarde. / ella / desnuda / y amarrada / conversa con el aire. su pecho es hojalata, su corazón un toro. / odio tu corazón mitad carne, mitad nada. / yo no puedo hablar con ella. / odio frida tu deseo. / quién hablase contigo desde dentro para decirte tómame. / odio frida tu cuerpo. / dentro llevas parlantes motores y aves que no hablan. / tu cuello frida es un collar de espinas, / donde falsos diamantes compiten hacia tu pecho. / qué flores / o raíces te acosan. quiero ser tú / en el final de esta tarde / para reír tu muerte. estoy  frida / en el sabor a desierto de tu carne rota. / deseo. deseas. un placentero olor / a salchichas fritas ataca nuestros sentidos”.

 

Y unos versos más abajo hace el siguiente y enigmático juego de palabras, un juego imposible de traducir: frida, frivolity, Friday.  Sería algo así como Frida, frivolidad, viernes.

            Quién sabe si Ashcroft, cuyo libro es una conversación constante con el arte, influye en Morimura. No lo sé. Pero seguramente conoció este poema, y en algún instante toparon verso e imagen. Frida es sólo una excusa, es nuestra excusa para el diálogo. Quién hablase contigo desde dentro se interroga Ashcroft, y no se queda ahí, exige un libidinoso tómame. Del mismo modo el disfraz poético-fotográfico contiene ese collar de espinas de donde, como escribe Aschcroft, penden falsos diamantes compitiendo hacia su pecho. Parece así que Ashcroft y Morimura odian a Frida, pero adoran su disfraz, su presencia.

            Mucho antes que Tim Ashcroft, otro comensal como puede ser Goethe escribía en un poema el revelador sentido del pliegue que supone el disfraz: “Lleva dos alas falsas; /  sus flechas son las garras, / su corona ocultas astas; / es sin disputa, / como todos los dioses griegos / un demonio disfrazado”. ¿Qué es Frida, qué es Morimura, qué es su diálogo interior, sino un demonio disfrazado?Entre estos dos tejidos poéticos podríamos situar la Frida de Morimura, sometida a la vez a un círculo de innumerables Fridas. O tal vez no. Un demonio disfrazado, pero ¿quién es el demonio y quién el disfraz? Ahí está una trama imposible que en esta merienda no adivinamos. Goethe viene a enredarnos en este ciclo japonés.

 

*

Cuando contemplo la obra me asaltan dos miradas, ojos amplios, casi un delicioso estupor a lo manga me acosa, algo cómico e hiriente, como si Oliver y Benji quisieran meterse dentro de mí; como si los Caballeros del Zodiaco atacasen mis sentidos, como si Sailor Moon o los Power Rangers se quedaran a vivir dentro de mí. Dos miradas, pero sobre todo un diálogo. Recordemos que es un diálogo, un diálogo interior con Frida Kahlo. Y hablar de diálogo es hablar de deseo, de movimiento, de proyecto, de ser en lo dicho. En el mundo romántico el diálogo era el eje superior de toda composición, el modo de unirse con el Todo, con el Absoluto. Somos diálogo afirmó Hölderlin y a partir de ello construyó su entramado y su locura, su Empédocles particular. Y el diálogo obsesiona, me obsesiona, y reaparece en Morimura. De otro modo Andy Warhol, una máscara útil más, otro comensal, hablará de chismorreo. “Me despierto y llamo a B. B es cualquiera que me ayude a matar el tiempo”, escribe Andy. Esta creo que es otra clave, el juego de la mirada como diálogo que esconde un simple rumor. El arte hoy no debe ser otra cosa que modos abiertos de “matar el tiempo”. Ser un animal de superficies, ese es nuestro deseo. Diálogo, demonio, disfraz parece el menú del día. Diálogo, demonio, disfraz, son también los comensales.

 

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El dialogo de Morimura es un disfraz, simulacro. No le interesa de Frida Kahlo más que su mirada fija, su juego estético. La fuerza de este discurso reside en que el diálogo es lo que vemos, nada más. Así es la obra de Morimura, puro teatro. Para Morimura sería Frida alguien supremo con quien matar el tiempo, un tiempo que es disfraz y teatro. Kahlo en realidad desaparece poco a poco. Todo lo que es Frida, todo el sufrimiento, la pasión, la fuerza decae, para dejarnos esta bella presencia, esta superficie carnavalesca de un cuerpo oriental oculto. En Morimura no hay sufrimiento, no quiere transmitirnos esa pasión, no desea tampoco representar a Frida, sino presentar un disfraz de Frida, pura imagen. Una cosa es representar a Frida y otra, muy distinta, es presentar una Frida. De la representación pasamos a una deliciosa presentación. Hay un japonés siempre acechando en esta imagen. El original es la copia, o mejor dicho, el original desaparece en manos de la copia. Es el fin del aura, la inversión de la más exacerbada versión del platonismo. El aura debe existir hasta que abres la boca, dijo Andy.

En una entrevista realizada hace unos meses el propio Morimura da sus claves. Ante la simple pregunta: ¿Por qué Frida? responde: “sentía una desesperada necesidad de mostrar su cara. Primero me fijé en su amor, en su pena física, su enfermedad y todo eso, pero poco a poco fui más allá  y tras la pena y el dolor descubrí una profunda mirada glamorosa, fascinante, frívola”

Morimura nos propone, en definitiva, una dulce y aterradora visión del bricolaje, una hibridación compulsiva, canibalismo del fragmento, aceptación del fragmento (acústico/ textual/ representacional/ corporal), que se contamina, que se mezcla. Los ojos, la mirada de esta obra, de este arte caníbal, nos transportan a esa frontera sublime entre la fascinación y el temor, la frontera del deseo y su fin, de su imposibilidad y su búsqueda. Es a la vez oráculo y teatro. Del sufrimiento icónico clásico en la artista mejicana, del dolor representado por Frida Kahlo en sus obras, Morimura nos lleva a otro territorio mediante su apropiación. Del dolor existencial de Frida, Morimura parece llevarnos al agradable horror del deseo.

Agradable horror me sugiere otras invitaciones a esta fragmentada merienda. Recientemente leía La Venus de las pieles, de Leopold von Sacher-Masoch (conocido por las consecuencias de su apellido) quien escribe unas tentadoras palabras que pueden leerse desde los ojos caníbales de Morimura, o mejor aún, desde el espectador acosado que somos. Escribe Masoch mientras nosotros contemplamos este bricolaje compulsivo, esta rara atracción: “La Venus es hermosa y la quiero tan apasionadamente, tan dolorosamente, tan profunda, tan locamente, como se puede amar a una mujer; y ella responde a este amor con una sonrisa eternamente semejante, eternamente tranquila, una sonrisa de piedra. En una palabra: la adoro. […] La fría coquetería con que la gran señora envuelve sus encantos en una oscura piel cebellina; el vigor y la dureza que reinan en su cara de mármol, me llenaban a la vez de encanto y horror”. Este encanto y este horror son las fronteras, una atracción como placer negativo brota de esa imagen caníbal que nos observa. Esta Frida no aterra, en el mismo sentido que nos atrae irremediablemente, trata de ponernos al borde del abismo. Y en esta frontera el único fantasma es el de lo real. Lo real es el poema y el problema. Así, ya a los postres, podemos recordar las palabras que Baudrillard destinó al cine porno y que podemos ahora recuperar para nuestro discurso, mientras observamos a nuestra Frida. Escribe: “Todo eso es demasiado real, demasiado cercano para ser verdad. Y eso es lo fascinante, el exceso de realidad, la hiperrealidad de la cosa. El voyeurismo del porno no es un voyeurismo sexual, sino un voyeurismo de la representación y de su pérdida, un vértigo de pérdida de la escena y de irrupción de lo obsceno”. Nos quedamos con esa idea: todo es demasiado real, demasiado cercano para ser verdad. Y es que nos chocamos, nos tropezamos, tratamos de habitar ese voyeurismo de la representación y de su pérdida. No podemos dejar de mirar ni de ser observados. Hay una irremediable atracción de lo irreal. El fantasma de lo real se sitúa en esa frontera, ese límite caníbal entre Frida y Morimura.

 

 

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Así llegamos a una sutil propuesta, a la sutileza de lo frívolo donde hay demonios disfraces, diálogos, fantasmas, etc. Y en esta mirada, en este diálogo o disfraz veo una acertada versión de lo frívolo. Y como dijese Andy Warhol “todo lo frívolo de la vida, que es lo más importante, es menospreciado”. Deseo reclamar una estética de la frivolidad, donde convivan Goya y Morimura, Fernando VII y Frida Kahlo. De nuevo Goya, pero también los Power Rangers; de nuevo Fernando VII, pero también Jaime de Marichalar embutido en su traje, o la desenfadada Malena Gracia. Frivolidad. Lo frívolo no es una idea o una sola imagen, lo frívolo no es un contexto, no es siquiera un contenido, lo frívolo es un método, un lugar, es desconsuelo, belleza e imaginación de las cosas; sensualidad y superficie. Es realidad sin realismo. Es que no ocurra nada. Es apropiación sin restricciones. Lo frívolo es realismo que sabe que miente, es hermetismo con el enemigo dentro. Lo frívolo es Troya al revés, una Elena que destruye a Aquiles, un hombre con mil caballos dentro. Frivolidad es superficie, es orientalizar Méjico, es mejicanizar Oriente.  Es hablar de un japonés disfrazado de mejicana en un museo de Santander. Es hablar de una copia envenenada y no de un original, es creer a sabiendas de que todo esto es una ficción. “Un torero alemán o un filósofo español”, así describía Ernst Jünger la frivolidad.

 

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En conclusión, frivolidad es esto que estoy haciendo. Jugar desde dentro de la obra. Ficcionar sin sentido, abandonarlo. Mirar a Frida como un objeto, ser objetos ante una Frida Salvaje. Todo como un simulacro. El diálogo es la propia Kahlo, un simple cuerpo demonizado. O quizá no. Llegado a este punto es difícil hallar salidas. Es una cartografía imposible, un raro panfleto. Lo ya visto se convierte, al fin, en visto por vez primera. Se logra así el ansiado triunfo de la apariencia, un diálogo imposible. Nada es sagrado en el ataque de Morimura.